POESIA DE RICARDO ISMAEL

En el suave susurro del tiempo, encontramos la razón que reclama paciencia, tejida como hilo de oro en el tapiz de nuestras vidas.  ¿Acaso sabes por qué debemos aguardar con calma aunque el corazón late con impaciencia? Porque en cada rincón de la existencia, hay un tiempo determinado, un compás que danza con las estrellas y las estaciones.  Así como la amistad requiere su paleta de momentos compartidos,  el logro de metas es una sinfonía, que se compone con las notas del esfuerzo constante. En el eco de palabras eternas, descubrimos la riqueza de la paciencia, un tesoro que trasciende las limitaciones terrenales.  Observemos el ejemplo de aquellos que caminan con serenidad,  enseñándonos la virtud de esperar, confiando en que cada paso tiene su propósito en el rompecabezas de la vida. Contemplemos la creación que nos rodea, donde los ríos fluyen con calma y los árboles crecen con majestuosidad pausada.  Aquí, en esta sinfonía natural, podemos aprender a se...

En la quietud de un hogar de ancianos, un hijo llega como llegan todos, su padre, sombra de lo que fue, su memoria, se desvanece de a poco. Incoherencias danzan en sus palabras, como hojas que se lleva el viento en las jornadas.  Recuerdos que se entrelazan en un rincón de su mente, como hilos de una historia, que se va haciendo ausente. Camina lento con ausencia en sus ojos, y en el vaivén de sus pensamientos, susurra historias de antaño perdiéndose entre sueños temblorosos. El hijo se quiebra, más persiste en la esperanza, traer a su padre de vuelta, como repatriar a un patriarca, de las sombras que lo acechan, de su mente cansada, de su desánimo, como un tatuaje en su alma. ¿Qué te ha pasado mi viejo, que el eco de mi nombre en tu mente se desvanece? Si en las arrugas de tu piel duermen mis historias, que a pesar del tiempo no envejecen. "¿Quién eres tú?", inquiere el anciano, entre murmullos y risas que se disipan en vano.  El hijo, en su pecho, lleva la carga pesada, de ...

En la noche de ensueño, los sueños se despiertan, cuando el corazón susurra y el alma se adentra. Se entrelazan los anhelos, en un baile celestial, donde el amor florece, sin medida ni final. En los sueños te encuentro, mi amante ideal, nuestros cuerpos enlazados, en un abrazo sensual. Bajo el manto de estrellas, nos perdemos sin cesar, en un universo propio, donde solo existe amar. En cada verso escrito, se dibuja tu sonrisa, mis labios te recorren, en una danza precisa. Somos dos almas fundidas, en un fuego ardiente, donde cada caricia nos lleva a otro continente. En cada sueño susurrado, te encuentro a mi lado, dibujamos un romance, en un lienzo enamorado. El tiempo se detiene, cuando tú y yo nos encontramos, y en cada latido juntos, nuestros corazones palpamos. Así que en los sueños abrázame con pasión, que cada instante vivido sea una dulce canción. Porque en ese mundo onírico, donde todo es posible, nuestro amor se hace eterno, inmortal e invencible. Ricardo Ismael

  Se moría la tarde con sus sombras estiradas, y la música de los grillos, eran un canto a la vida bajo aquel coronillar. El arroyo a nuestros pies desfilaba en silencio, mirándonos de reojo, sin prisa alguna por llegar. Y fue allí cuando te tomé de la mano, Y nos tumbamos en la hierba mirándonos enamorados Un manto de estrellas nos habló al oído, y en susurro pleno, nos dijo... Dile, te amo... Y los dos al mismo tiempo nos besamos, entre luciérnagas que bailaban en derredor, Iluminando el campo, que era solo para los dos. Recortando el cerro la luna llena asomaba, Y su luz alumbraba toda aquella pasión, que a orillas del Lunarejo nos prodigamos tú y yo.

  En el vaivén de la vida, caer y levantarse, Es el ritmo que nos impulsa a superarnos. Tropezar con obstáculos y desafíos, Pero siempre encontrar la fuerza para seguir. Caerse es parte del aprendizaje diario, Levantarse con determinación es necesario. En cada tropiezo, una lección valiosa, Que nos hace más fuertes y victoriosos. No importa cuántas veces nos equivoquemos, Lo importante es levantarnos y creceremos. Con cada caída, nos hacemos más sabios, Y encontramos el coraje para alcanzar los anhelos. Así que no temas a los fracasos o derrotas, Porque en ellos se esconden grandes glorias. Caerse y levantarse es una danza en la vida, Que nos enseña a nunca rendirnos, siempre persistir. Ricardo Ismael

En un rincón del escenario, el cantor se alza,  sus letras fluyen como río, su voz nunca se apaga.  Con su guitarra en la mano, su pasión desborda,  pero el mundo no entiende y su lucha lo aborda. ¿Por qué no le pagan al cantor de las calles?  El músico, artista, en busca de sus ideales.  Horas de ensayo, sudor y sacrificio,  tras el telón brillante, es un ser sin beneficio. El instrumento, su compañero fiel,  requiere cuidados, reparaciones, para que suene bien.  El transporte al lugar donde ha de tocar,  es un costo que el público no quiere contemplar. El bohemio le dicen, lo llaman sin cesar,  como si el arte no fuera digno de pagar.  Pero el músico es obrero, la cultura es su trabajo,  busca el reconocimiento, no ser objeto de destrato. Así que escuchemos su voz con gratitud,  honremos su esfuerzo, su arte y su virtud.  Al cantor se le debe su merecido honor,  porque la música es vida, y para el musico es amo...

En el jardín de la vida, muchas flores se marchitaron, en las sombras se perdieron, sus risas y alegrías como pájaros volaron, se esfumaron en el viento, dejando corazones gimiendo  y venas abiertas sangrando. Eran como mariposas por el aire,  llenando de color mi cielo, pero un fuerte viento y cruel las arrancó de los parques, y ahora sus almas vagan sin consuelo. En cada pétalo caído, encontramos su ausencia, abriendo grietas en la tierra buscamos su voz, y en las lágrimas de quien los busca, está el eco de su llanto, pidiendo a gritos que no… La verdad se esconde tras las rejas,  pero el amor no se cansa de preguntar, en cada abrazo, en cada encuentro los niños que desaparecieron, deben regresar. Que la memoria sea nuestro grito, y la justicia nuestra bandera, porque hasta que todo se sepa, no habrá paz ni olvido, en esta tierra.

  En la penumbra de mi mente herida, yo quería olvidarte, pero no podía, más tu recuerdo persistente, como un río incesante no se desvanecía.   Elevé un muro de silencio, una distancia entre tu vida y la mía para evitar ver tu elegante danza, cabalgando en tu corcel, por las mañanas cada día.   Intenté ocultar mi mirada tras un velo de humo, puse ramas verdes ardiendo y me produje un ardor profundo, pues no quería que me vieras en mi desolación más eras en mi carne, un cuchillo afilado y puntiagudo. El tiempo, implacable, marchaba sin clemencia,  mientras el eco de tu risa, me dejó cautivo en la trampa de tu dulce presencia,   Oh, recuerdo invasor, dulce y amargo anhelo, que persiste en mi alma, como eterno desvelo, aunque busque olvidarte, sigues siendo melodía, y el latido que en mi corazón encuentro.   Ricardo Ismael